Emelina Morillo

Emelina Morillo

lunes, 30 de abril de 2007

Desarrollo y Sustento.

Desarrollo y Sustento
Luis Alberto Matos
Montaña arriba, desde El Junquito, Caraballeda o La Victoria, las carreteras nos conducen hasta un pueblo hermoso, turístico, trabajador y amable, donde podemos disfrutar el buen clima, un hermoso paisaje y la comida alemana.
Sucedió hace más de siglo y medio. En 1843, bajo la Presidencia del General Carlos Soublette y con el patrocinio de Martín Tovar y Puente, el sabio Agustín Codazzi trajo a casi 400 personas, desde la llamada “Selva Negra” en Alemania, para iniciar el repoblamiento del suelo patrio, asolado por la reciente guerra de independencia y las escaramuzas políticas que de inmediato le sucedieron.
Fueron instalados en las fértiles tierras donadas por Tovar … pero mutuamente nos olvidamos que los otros también existían. Por circunstancias naturales, o quizás también por deseo mutuo de no convivir con extraños, la frágil vía que los comunicaba con La Victoria, dejó pronto de existir. Intransitable para hombres y bestias, se rompió así el único lazo entre aquellos germanos y nuestros aragueños.
Ocho décadas más tarde, ya avanzado el Siglo XX, algunos afirmaban (ante la incrédula mirada de la mayoría) que “en ese montaña viven unos catirotes”; hasta que el normal avance nos unió de nuevo. Eran ya los biznietos de los originarios criollos y europeos quienes finalmente se conocieron.
Aislados desde entonces, hablando sólo en Badischen (un imperfecto alemán utilizado por sus ancestros), y ajenos totalmente a la realidad del mundo emergente, aquellos catirotes habían sobrevivido. Su tesonera labor agrícola, y la generosa montaña de suelo fértil, habían conjugado el milagro. Sanotes, buenmozos, fuertes y bien nutridos, los Tovareños fueron un ejemplo perfecto de sustento, incluso endógeno si queremos adjetivarlos como hoy.
Pero… no sabían que el hombre volaba; nunca imaginarían que un carro sin caballos pudiera subir aquella cima. El teléfono, la radio y el cine (aunque mudo entonces), eran maravillas en todo el mundo, menos en aquél cerro. Hasta seguían hablando aquél pesado e imperfecto aleman de Baden. Había habido sustento, sin duda alguna, pero ningún desarrollo.
Hace pocos años me mostraron una foto tomada desde el piso 22 de un edificio cercano a la esquina de Cipreses, allí cerquita del Teatro Nacional, la Iglesia de Santa Teresa, la Avenida Lecuna y el mundanal ruido. Me muestra desde arriba al Sur del centro de Caracas. Cerca, en primer plano, se levantan edificios con no más de 30 años. Al fondo, más allá del Guaire y la Autopista, sube mi vista hasta los cerros de Marín, San Agustín del Sur y los Hornos de Cal.
De lejos parecen dos paisajes distintos. De cerca, el paisanaje guarda más similitudes que diferencias. Acá abajo habitan clases medias, profesionales, empleados de gobierno, comerciantes menores, maestros, abogados, ingenieros y economistas. Son (o de repente se lo creen) “propietarios” de apartamentos. Pero deben más de 10 meses de condominio, llevan los mismos trajes de siempre, y la comida si no es de Mercal no alcanza.
Te sorprenderías, si nunca has subido a un cerro, que allá arriba también hay ingenieros, maestras, abogados, empleados y comerciantes. Ingenieros taxistas y abogadas “toeros”, que hasta de mecánicos lo hacen a veces para sobrevivir.
Títulos universitarios en ambas escenas. Sin duda, hay desarrollo… pero no hay sustento. Por eso, cuando oigo decir “desarrollo sustentable” y es apenas “medio endógeno”, o, peor aún, un remedo de trabajo y esclavitud, de sol a sol, para que sigas debiendo hasta el modo de caminar, termino pensando en la forma fácil en que algunos manejan términos y hasta dictan cátedra sobre tales asuntos, mientras las riquezas del mundo se siguen acumulando cada vez en menos manos, y los bienes y servicios no satisfacen las necesidades de todos.
jaquematos@cantv.net

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